Para el Sedella hay que cerrar los ojos y desde el primer trago no resulta exagerado decir que nos ha trasladado al monte. Mediterráneo, salino, yodado, frutal, asilvestrado, forestal, con piedras que crujen a nuestro paso y esa brisa fresca que acaricia la cara… a lo lejos podríamos ver la mula con sus cuatro cajitas, lleva bayas azuladas de bonito color y todas ellas han captado el entorno.
Mientras tanto, en una tierra de grandes y buenos vinos destaca un proyecto inteligente y serio. Tiene mérito, y mucho, atreverse a competir con un Rioja tan personal y a la vez tan adaptado al gusto de diferentes perfiles. La apuesta por el equilibrio y la elegancia, y sobre todo la honestidad de un único vino de reserva, Valenciso acompañado de su sorprendente par blanco.