Toledo, la ciudad de las tres culturas
Desde el siglo II a.C., Toledo, el Toletum romano, era parada obligada para los viajeros de la ruta entre Zaragoza y Mérida. Vestigios de la época romana son los acueductos y termas que, hoy en día, aún se conservan. El más famoso de sus puentes, el Puente de Alcántara, puede datarse también en esta época aunque debe su denominación al árabe: al qantara significa puente, por lo que su nombre en realidad es una redundancia: “el puente del puente”. En excelente estado de conservación, el puente que disfrutamos en la actualidad fue fruto de las obras posteriores llevadas a cabo bajo el mandato de Alfonso X el Sabio en el siglo XIII, de la reforma en la torre mudéjar ordenada por los Reyes Católicos en el siglo XV y el último cambio del siglo XVIII, en la que se sustituyó un torreón por una puerta barroca.
En el siglo VI Toledo fue capital del reino visigodo de Recaredo y acogió tres concilios de la Iglesia, donde se decide abandonar al arrianismo como religión y abrazar la fe católica. Posteriormente, con la invasión de los musulmanes en el siglo VII, Toledo es testigo de continuas luchas de poder e intrigas entre los mandatarios árabes. Estos dibujan un trazado de la ciudad que posteriormente los cristianos tomarán prestado.
Estratégicamente enclavada en un promontorio sobre el Tajo y amurallada fuertemente, Toledo es, de manera paradójica, el ejemplo de la reconquista pacífica llevada a cabo por parte de Alfonso VI, quien, en 1085, toma la ciudad sin derramamiento de sangre y promete respetar todos los credos y formas de vida. Toledo supo ser modelo de convivencia entre las tres culturas: la cristina, la judía y la árabe.
Desde entonces, Toledo, ciudad arzobispal, a lo largo de los siglos se va transformando de mano de sus gobernantes sin abandonar el diseño de sus intrincadas calles. Sinagogas y mezquitas se transforman en iglesias con un estilo propio. Y es que Toledo es el ejemplo perfecto de eclecticismo en el arte y la vida: mezcla de herencia musulmana y judía con el cristianismo, mezcla de materiales humildes de construcción como el ladrillo y el yeso con la piedra blanca de Olías del Rey, que se utiliza en la catedral de Santa María, donde antes visigodos y árabes rezaban a sus dioses.
La actual capital manchega fue la sede de uno de los cargos más importantes desde el reinado de los Reyes Católicos y sus inmediatos sucesores: el arzobispado de Toledo. El arzobispo de Toledo es pieza fundamental en el juego de poder del reino de Castilla. Tal es así, que el emperador Carlos V le cede su escudo, el mismo del imperio romano germánico, con su águila bicéfala flanqueada por dos columnas de Hércules. Estas hoy aparecen en el escudo de la bandera española.
Muestra del poder de la ciudad de Toledo en los siglos XV y XVI es la omnipresencia del escudo imperial, como puede verse en la Puerta de Bisagra, y la utilización de los símbolos de los Reyes Católicos, el yugo y las flechas. Ejemplo es la iglesia gótica que ordenó construir Isabel la Católica. Esta preciosa iglesia destaca por su altura en una vista en perspectiva de la ciudad.
Enclaves únicos en Toledo
Visitando la ciudad no encontramos excesivas muestras de espectacularidad ya que esta reside en la suma de pequeños edificios de estilo mudéjar, de ventanas enrejadas que para el visitante de este siglo son arte urbano. Tras sus muros se alojan joyas de la pintura como las del más conocido de sus pintores, el polémico Greco. Entre ellas destacamos «El Entierro del Conde de Orgaz», situada en la iglesia de Santo Tomé. En el museo de la sacristía catedralicia encontramos joyas de Velázquez, Rubens, Van Dyck o Tiziano, entre otros.
Pasearemos muchas veces bajo la sombra de los estrechos callejones que se extienden más allá de la judería. Descubriremos enclaves por donde pasaron míticas órdenes guerreras como los caballeros del Temple, monjes guerreros que en esta ciudad construyeron la iglesia de San Miguel, encajada en una encrucijada de minúsculos callejones que, si el visitante no conoce su historia, pasará por alto.
Sí llama nuestra atención la Catedral. Iniciada su construcción en el siglo XIII sobre lo que probablemente fue una mezquita, se va enriqueciendo a lo largo de los siglos, especialmente en el siglo XVI, donde con el gótico se hace esbelta y es dotada de una grandiosidad artística destacable. Altos muros donde se encajan vidrieras multicolores, el coro con su sillería meticulosamente tallada, el Altar Mayor o el “Transparente” o el conjunto escultórico del siglo XVIII situado detrás del altar mayor, son algunos ejemplos por los que merece la pena pasar unas horas en este templo.
Entre las peculiaridades toledanas destacamos los nombres de algunas de sus calles como “los Niños Hermosos”, “el Cristo de la Calavera”, “los Alfileritos”, el “Pozo Amargo”. Esta última es el escenario de una de las leyendas toledanas. Según esta, el romance entre un caballero y una joven judía se ve truncado al ser asesinado este.
La joven apoyada en el pozo de su casa llora a su amor. Sus lágrimas caen sobre el pozo y amargan el agua.
En realidad, seguramente, el trasfondo real de tal nombre de calle puede que se deba simplemente a la insalubridad de ciertas aguas de la capital manchega. Les invitamos a que descubran otros nombres curiosos a lo largo de su paseo por Toledo.
Felipe II puede que sea una pieza clave en la contribución al declive de Toledo en el siglo XVI al designar a Madrid capital de España en 1561 para evitar confrontaciones con el poder del arzobispo de Toledo. Desde ese momento, Toledo sufrió un declive progresivo, del que el dictador Franco la rescató en el siglo XX al ensalzar a la capital manchega como parte de un pasado de esplendor imperial extinto por entonces.
Actualmente, Toledo ha recuperado su importancia como lugar de interés cultural y artístico, así como por el entorno natural en el que se sitúa. Recogida por el Tajo, alzándose frente a la llanura, visitantes y locales salen de la ciudad para verla en perspectiva desde los cigarrales que la rodean. Desde allí, la vista del conjunto, con sus torres, murallas y el marcial Alcázar, Toledo parece seguir tan intacta y espectacular como la reflejó El Greco.