En el corazón de Portugal, a unos kilómetros de Lisboa, se encuentra uno de los palacios más espectaculares del país. El Palacio Nacional de Mafra, fruto de una promesa real, es uno de los símbolos del esplendor del imperio portugués. Este colosal conjunto arquitectónico desconocido para muchos de los que viajan a Lisboa y alrededores. La visita a Mafra, a menos de 50 kilómetros de la capital, es una oportunidad de conocer la historia del país luso y una de las joyas del arte portugués.
La promesa de un rey
La historia de este conjunto monumental comienza como una promesa del rey Juan V de Portugal (1689-1750). Culto, caritativo y fervoroso, el monarca quería asegurarse la sucesión con un hijo. No debía el rey confiar mucho en sus propias fuerzas o en el destino, ya que fió tamaña tarea a la divina Providencia, realizando una promesa. Si Dios le enviaba un heredero, él mandaría construir un monasterio. Su deseo se vio satisfecho en 1711, con el nacimiento de Bárbara, la que sería reina de España y ha pasado a la historia con el distintivo de su casa: Bárbara de Braganza.
El oro que transforma el monasterio en palacio
Seis años después, el 17 de noviembre de 1717, se pone la primera piedra de lo que no será un simple monasterio franciscano. Johann Friederich Ludwig, el arquitecto, proyecta un gran palacio. La causa de este cambio de planes es el hallazgo de oro en Brasil. Juan V, una vez sabe que cuenta con más ingresos para las arcas reales, no reparará en gastos. En un área de cuatro hectáreas se alzará el conjunto monumental que alberga: palacio, convento y biblioteca. Se contratan a grandes maestros italianos, se compra piezas como los dos carillones de las torres que, para la época, tienen un precio desorbitado y ante la prisa por finalizar las obras en el 41 cumpleaños del rey, se contratan a 52.000 obreros llegados de todo el país.
Aunque la primera fase no acabó hasta 1735, el palacio lo verá concluido el rey Juan V. La residencia palaciega nunca fue residencia habitual de la familia real. Se utilizó como alojamiento para el monarca y su familia cuando iban de caza a los cotos cercanos a Mafra.
Escenario de una huida
En la historia del Palacio Nacional de Mafra se intercalan episodios de esplendor con eventos menos felices. En 1834, con la disolución de las órdenes religiosas en Portugal, los monjes tienen que abandonar el convento. El ejército ocupará esta área del edificio.
El Palacio Nacional de Mafra es el escenario del fin de la monarquía lusa. En la madrugada del 5 de octubre de 1910 el rey Manuel II recoge sus enseres y huye ante el acoso de la revolución que va a derrocarlo. Será el último rey portugués.
La basílica
El Palacio Nacional de Mafra impone su presencia a lo largo de las cuatro hectáreas que ocupa en la amplia explanada. En su centro, la Basílica flanqueada por dos torres con sendos carillones. La monumentalidad del exterior continúa en el interior de la iglesia. Es un espacio elegante en el que el mármol de los retablos llama la atención del visitante al deambular por el templo. Se trata de obras encargadas realizadas por Alessandro Giusti y sus discípulos.
Al llegar al transepto, se alza la vista para contemplar la cúpula, la primera construida en Portugal. Las 58 monumentales esculturas en mármol de Carrara de santos y profetas que se encuentran en las capillas laterales contrastan con las pequeñas tallas de madera rodeadas de velas prendidas por los fieles.
El convento
El claustro monacal es visitable sólo en ciertas visitas especiales. En el acceso del primer piso se encuentran las estancias destinadas a dormitorio de los monjes enfermeros. La sobriedad se conjuga con la sofisticación que muestran, como ejemplo, las camas.
En ellas se combinan la funcionalidad con detalles estéticos como los cabeceros.
La enfermería, la farmacia y la sala que alojaba a los enfermos dan la impresión de que, a pesar de no disponer de muchos avances, el cuidado dispensado a los enfermos era sobresaliente.
El palacio
El área del palacio envuelve el espacio de la basílica. En este hay dos espacios diferenciados: las estancias privadas y los espacios para recibir a invitados. Las primeras se sitúan en las torres que flanquean el edificio. En estas habitaciones se recrean el aspecto que tuvieron los dormitorios, los baños y demás salas en las que los reyes gozan de intimidad.
En la mitad del corredor que atraviesa el palacio se encuentra el punto en que, hacia el interior se abre un balcón hacia la basílica y uno hacia el exterior de la fachada principal. Mirando hacia el interior, asistían a misa, y abriendo el ventanal de la fachada, saludaban al pueblo.
A finales del siglo XIX, el rey Juan VI introduce en el palacio un nuevo gusto decorativo, ordenando pintar las paredes y los techos de varias salas con temas mitológicos y patriotas.
En las estancias destinadas a recibir visitas, las dimensiones son mayores. Grandes salones en los que hoy se recuerda a los reyes portugueses y sus consortes a través de los retratos colgados en las paredes.
Cabe destacar, por su chocante decoración, la sala de caza, un enorme salón amueblado con piezas realizadas con astas de ciervo.
La biblioteca
Además de por los más de 30.000 volúmenes que acoge, muchos de ellos piezas raras e incunables, la biblioteca llama la atención por su estética y la profundidad de esta sala. Se trata de una estancia con dos alturas con el suelo decorado en varios colores y bañada por la luz que entra por varios ventanales.
La ausencia casi total de mobiliario en el centro contrasta con las paredes cubiertas por completo de libros a lo largo de los casi 100 metros de longitud de la sala.
Palácio Nacional de Mafra
Terreiro D. João V
2640 Mafra
Tel: (+351) 261 817 550
www.palaciomafra.pt
Fotos del reportaje: Juan G. Martínez