En plena Edad Media, cuando la Reconquista seguía su curso en la península, en el centro de Portugal, el rey primer rey luso, Afonso Henriques promete donar tierras a la iglesia si resultaba victorioso y reconquistaba Santarém para el bando cristiano. En 1147 se hace realidad y la Orden del Cister recibe las tierras y emprende la construcción del Monasterio de Santa María. Esto es sólo el principio de la historia de uno de los monasterios más impresionantes de Portugal: el monasterio de Alcobaça.
Estas tierras fueron habitadas antes por romanos y árabes. Ellos dejan para la posteridad el origen de su nombre: Al-cobaxa. Con la llegada de los monjes, las actividades no se circunscriben al ámbito religioso, también impulsan la economía en la zona, en los llamados “coutos”, poblaciones cercanas al monasterio y en las que se desarrolla la agricultura, la ganadería y el comercio.
Situado en la región centro de Portugal, Alcobaça es visita obligada para los que gustan del turismo cultural. El impresionante monasterio, tanto por sus dimensiones como por su antigüedad y belleza, es el centro neurálgico de la villa.
Puede que a su llegada el visitante acceda por la cara este del monasterio y no perciba la majestuosidad del edificio que poco a poco, según llegamos a la fachada principal, va desvelando su imponente portada barroca en la que se elevan dos torres del siglo XVIII que contrastan con las fachadas blancas que las flanquean.
La iglesia de la Abadía de Santa María eleva la vista del visitante en cuanto accede a ella. Arcos apuntados que se alzan sobrios en ausencia de florituras y que otorgan a la escena un halo de espiritualidad. Este estilo arquitectónico transciende del mero entretenimiento estético y busca crear un ambiente que promueva un encuentro con lo sagrado entre sus muros.
En el transepto de la iglesia se encuentran los túmulos góticos de Don Pedro I y, su mujer, doña Inés de Castro. Realizados en el siglo XIV, los túmulos destacan, además de por su calidad escultórica, por el contenido religioso con dos rosetones: la Rueda de la Vida y la Rueda de la Fortuna en el de Don Pedro y la representación del Juicio Final en el de Doña Inés.
La distribución del monasterio sigue la regla cisterciense. Aunque el paso de los siglos, en especial el terremoto de 1755, que también se hizo sentir en esta zona, ha ido transformado su apariencia original, no ha modificado la distribución cisterciense: el claustro gótico con dos alturas en torno al cual se suceden las salas donde se desarrolla la vida monacal: el refectorio junto a la cocina, la sala capitular y la sala de los monjes. Esta estructura inicial se ha ido completando hasta llegar a su aspecto actual.
En siglo XVIII se introdujeron numerosas reformas que mejoraron la fisonomía de la abadía. Una de las obras más refinadas es la creación de un jardín de estilo francés en la zona sur del monasterio en torno al Claustro da Levada.
Licores y dulces en Alcobaça
Como en todo monasterio, los monjes de Alcobaça elaboran licores desde hace siglos. Estos son expuestos ante los expertos una vez al año en la Muestra Internacional de Dulces y Licores Conventuales.
La ciudad de Alcobaça merece un paseo por sus calles. Aún se pueden encontrar las ruinas del castillo árabe, la Iglesia de la Merced, del siglo XVI, los jardines de la Biblioteca Municipal o los comercios de la Plaza de 25 de Abril, donde podemos comprar artesanía de la zona.
Alrededores de Alcobaça
MONASTERIO DE ÇOS
A unos 10 Km de Alcobaça se encuentra uno de los monasterios femeninos más importantes de la Orden del Cister. Se trata de una construcción del siglo XIII aunque reformada en el siglo XVII al estilo del primer barroco portugués.
Destaca la sacristía del monasterio por sus azulejos azules de la Real Fábrica de Juncal. En estos azulejos se plasman diez escenas de la vida de San Bernardo de Claraval, el fundador de la orden cisterciense.
CASTANHEIRA – Sus capillas y sus aguas curativas
En este pueblo merece la pena visitar la capilla de Santa Marta y, a las afueras, en un pinar, la capilla de Nuestra Señora de La Luz. Cuenta la leyenda que de su fuente manan aguas milagrosas que curan.
Si las aguas no dan resultado podemos probar a visitar la capilla de Nuestra Señora de las Arenas, a dos kilómetros, donde los peregrinos acudían a sanar sus fiebres y otras dolencias.