Sabían que el terruño era especial y es que no todos los días se pueden encontrar vinos provenientes de una auténtica Reserva de la Biósfera.
En la Sierra de Francia la vendimia es complicada. La altura – entre los 650 y 900 metros – y la distribución de los bancales y terrazas alargan el trabajo. Se labra con caballos cuando el pequeño tractor no puede avanzar por la inclinación de la pendiente. No se emplean herbicidas, insecticidas ni abonos químicos. Se selecciona la uva una a una, se despalilla a mano. Los remontados se realizan siempre por gravedad.
En las 10 hectáreas de cepas de entre 40 a 100 años que tienen, cultivan pero además realizan una interesantísima investigación varietal. Han podido rescatar uvas casi extintas como la Calabrés, variedad de la que quedaban sólo 31 ejemplares de más de 100 años. También le han devuelto la vida a la Rufete, variedad tinta autóctona de composición equilibrada y alto potencial de calidad.
En cuanto a la Tempranillo, que utilizan para elaborar uno de sus vinos, es igualmente especial, puesto que corresponde a un clon adaptado a lo largo de cientos de años, en la región se denomina Aragonés.
Cada añada es distinta en esos parajes de increíble belleza y las cepas regalan una personalísima y fascinante gama aromática. Domina la fresa silvestre, la mora, la fruta roja en botella y en su estado más puro y fresco.
Nos encontramos ante una bodega interesante y una filosofía acertada, honesta e inspiradora. Cámbrico es el nombre que hace referencia a la era geológica en la que se formaron las rocas de la sierra, periodo en el que se produce la primera explosión de vida. Son Cámbrico Rufete y Cámbrico Tempranillo explosión de fruta, y originalidad; 575 uvas el regalo de las cepas más jóvenes con una larga crianza en barrica y Viñas del Cámbrico una estrella fugaz con grandísima estela.