Las viñas conforman un patrimonio único. Plantadas en lugares inverosímiles, suelos pobres, con areniscas y calizas, en rocas y diferente estado de disgregación, distintas orientaciones y alturas, y una enorme diversidad genética. En 1980 la familia decide preservar este patrimonio recuperando de su abandono o arranque las últimas parcelas, algunas con más de 70 años de edad.
Detrás de este proyecto está Emilio Valerio, fiscal de Medio Ambiente, con un bagaje previo que supuso un soplo de aires renovados y otra forma de hacer las cosas en la denominación. Si además, sumamos la colaboración del enólogo francés Olivier Riviere, formado en Burdeos y Borgoña y un enamorado de los viñedos viejos españoles, nos encontramos ante un interesantísimo enfoque de sensibilidad por el terruño.
En la bodega, el trabajo parece simple pero consiste en nada menos que reflejar siempre la tipología de cada uva y suelo dependiendo del año. Cada viña se vinifica por separado en depósito de hormigón o en tinos de madera. Sus producciones son muy limitadas, porque los viñedos son de muy bajas producciones y porque la edad de los mismos entrega lo que buenamente pueden.
Así es que consiguen vinos de marcada personalidad, que están muy enraizados en la tierra y que se muestran expresivos y peculiares. Es, en definitiva, otra forma de entender Navarra con una filosofía de apego a la naturaleza y viticultura poco intervencionista.