El Museo Casa de la Moneda de Madrid acoge desde el 29 de noviembre hasta el 2 de febrero de 2014 la muestra “Inicios” de Juan Navarro Baldeweg, ganador del premio Tomás Francisco Prieto en su edición de 2012.
“Inicios” hace referencia a dos aspectos. Uno literal, pues la exposición recoge obras de los años sesenta, cuando iniciaba su carrera artística. El otro, es el propio argumento de la exposición: ver cada obra de arte como un inicio. Navarro Baldeweg ve en cada obra algo nuevo, un brillo que surge, una luz que aparece sobre un objeto inerte, como otros muchos, pero que acoge una energía que no es usual. Pintor, escultor y arquitecto, en su obra no hay un predominio de una disciplina sobre otra, sino que se van pasando el testigo en ellas. Cuando lleva un tiempo sin practicar alguna, siente la necesidad de trabajar en aquella que tiene más abandonada.
Dividida en cuatro espacios, el artista cántabro nos muestra una exposición muy diversa en la que hay pasos abruptos entre diferentes géneros expresivos, pero que recogen su espacio imaginario, formado por pensamientos que podrían encuadrarse en apartados muy distintos, aunque se muestran como una unidad en la obra creada.
En el primer espacio podemos ver pinturas y esculturas de su primera etapa. En ellas se aparece ya su interés por temas, como la gravitación, que son una constante en toda su trayectoria y que están presentes antes de que fuera arquitecto. Hay obras en las que la pintura ha sido arrojada para que, por acción de la gravedad, se distribuya por azar.
El segundo espacio está ocupado por obras, tanto abstractas como figurativas, donde aparece el tema del cuadro dentro del cuadro.
La tercera sala está ocupada por una gran mesa donde se muestran “esculturas de equilibrio”, obras que juegan con la sorpresa que rompen las expectativas de quien las observa, pues aparentemente no pueden sostenerse tal y como están emplazados en el espacio.
El cuarto espacio acoge lo que Navarro denomina “piezas de mano”, que tienen que ver con manifestación hacia el exterior de la energía corporal. El garabato, producto directo de la mano, adquiere un valor comunicativo esencial y que el artista considera la base del ornamento. También podemos ver lo que denomina “piezas de luz”, con las que trabaja el flujo lumínico, uno de los grandes ingredientes de la arquitectura: gobernar este flujo con mecanismos en los que interviene la luz universal -la luz norte- y la luz directa del sol. Por último, las “cabezas huecas”, que son una extensión de la “piezas de mano” llevadas al espacio tridimensional. Realizadas a partir de piezas ovoides o esféricas de cera vaciadas a mano que dan como resultado formas que fácilmente se asocian a cabezas. Entre las “piezas de mano” a las “cabezas huecas” hay un tránsito de lo abstracto, el garabato, a lo figurativo, los ovoides con forma antropomórfica.
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